DIARIO EL ESPECTADOR
VIVIR PARA PINTARLA
El artista colombiano Valentino Cortázar es un pintor de la vida, de una vida que él ha querido hacer digna de ser pintada. A sus 54 años se siente sin ataduras y vive para amar y luego pintar. Padre del muy joven diseñador colombiano, Esteban Cortázar, aprecia y celebra como él la belleza de la mujer.
"Valentino no ve las cosas como alguien normal, él tiene un ojo muy especial", explica el reconocido chef francés Eric Ripert, al referirse al pintor colombiano Valentino Cortázar, a quien hizo parte de su proyecto `A return to cooking" hace dos años.
En este libro de cocina, el chef del restaurante Le Bernardin, catalogado por el New York Times como uno de los cinco mejores restaurantes de Nueva York, invita a Valentino a contar a través de su arte una aventura que por algunos años planearon juntos. En un viaje con otros dos fotógrafos y un escritor, Eric exploraba recetas de cocina mientras que Valentino pintaba lo que iba capturando su espíritu. "Lo más interesante era que Valentino estaba inspirado por lo que hacía yo y yo por lo que hacía él. Fue un intercambio. El tenía la libertad de pintar lo que quería, sin ningún compromiso", cuenta Eric acerca de esta experiencia. "Mira, hice unas tapas con un melón y otras cosas, y él vio como un barco y un faro, y para mí esa era la aventura empezando, estábamos viajando. Es como contando lo que está pasando. Es muy poético. Él les dio vida a los objetos", agregó.
Para Valentino Cortázar la aventura comenzó mucho antes, en 1967, cuando a la edad de 18 años tomó un barco en Colombia con destino a Israel, sin saber que éste sólo se convertiría en el primer puerto de un viaje que trazaría su rumbo día a día y que lo llevaría a lugares tan similares en esencia como disímiles en su forma de vida; en 30 años viviría el encanto de las islas griegas, de las montañas del Perú, de los cafés en Ibiza y París, del colorido de Dinamarca, Amsterdam y Cartagena, y de la adrenalina de Londres y Nueva York, cada uno con historias e imágenes que el ojo de este colombiano iría plasmando en su obra con la ayuda del color y las líneas.
Así que, después de trabajar en los kibutz de Israel durante un año, decidió ir en busca del mar de las islas griegas. En Creta montó su primer taller y comenzó a retratar sus experiencias sin esperar nada de la vida, más que la vida misma, "en ese momento ni pensaba en dedicarme a ser pintor. Siempre me gustaba escribir, viajar, pintar y disfrutar la vida Conocer y luego dibujar. Era una manera como de escribir historias", cuenta Valentino, mientras elogia al disfrutar una copa de buen Chateneuf du Pape.
En la isla, Valentino dibujó a la orilla del mar y compartió sus días con los pescadores. Una tarde, Marianne Franken, una coleccionista alemana que había observado sus dibujos mientras paseaba por la playa, lo invitó a su casa. Allí pidió conocer toda su obra y sorprendió a Valentino cuando decidió comprarla toda. Motivado y con recursos en el bolsillo, el joven artista vio la oportunidad para viajar a Londres y estudiar Bellas Artes; oportunidad que no buscaba. "La vida te lleva de la mano muy amablemente. Uno no se da ni cuenta. Uno no dice: voy a hacer unos cuadros, ni voy a hacer un archivo. Es una vida muy espontánea, las cosas han ocurrido muy naturalmente", afirma Cortázar.
En Londres, ciudad casi siempre tan gris, el ojo de Valentino vio el color. Fue allí donde desarrolló una especial pasión por aquellas tonalidades fuertes que están siempre presentes en su obra. Una vez terminados sus estudios, Cortázar decidió explorar nuevos puertos y llegó a Ibiza, la meca de la pintura en aquellos años 70. Durante el recorrido, nueva mente un espíritu desprevenido y un Dionisio que siempre lo acompaña, lo llevaron de la mano hacia una experiencia que definió su rumbo artístico. A los 21 años de edad, una amiga suya lo invitó a Cadaquez, a cenar a casa de un primo. Sólo a la entrada de la casa Valentino descubrió que se trataba de Salvador Dalí. "Yo encantado con él, un ser tan especial, su bigote y su piel delgadita, y sus manos llenas de pecas y esa suavidad, y el bastón, una persona deliciosa, además un sabio, aparte de ser un maestro era un literato, un tipo genial. Como ver a Da Vinci. Me dijo que quería ver mis dibujos. Fui un momentico al coche, saqué la carpeta, la traje y se los enseñé. Estos tenían mucho color y me dijo: `eres un valiente'. Me encanta tu color. Y ahí fue cuando me dije, lo mío es pintar", recuerda con entusiasmo Cortázar.
En los cafés, restaurantes y las fiestas de Ibiza, Valentino conoció el arte de vivir del arte. Entrando en contacto con otros artistas de la época y conociendo coleccionistas, fue viajando a otros lugares y vendiendo sus obras, "así es como la gente me ha ido conociendo. Mientras tanto yo disfruto de la vida. De otra manera tendría que quedarme en un estudio y tener una galería que me represen te, y estar ahí cuando toca, pero me gusta sentirme libre". Es así como llegó a Copenhague y tuvo su primera hija, Leah, quien le dio una nueva inspiración artística. Sin embargo continuó su rumbo y después de parar unos años más en Ibiza, una invitación a Italia de parte del gobierno lo llevó a sumergirse en el mundo de los maestros del Renacimiento: Florencia y Milán le presentaron la obra de maestros como Da Vinci y Miguel Ángel. El impacto cultural de aquella jornada se ve claramente reflejado en aquel periodo artístico de Cortázar.
DEL RENACIMIENTO EN ITALIA A SU PROPIO RENACIMIENTO.
Próxima parada, Suramérica. Cortázar viajó a Cuzco, Perú, y aunque un año más tarde regresó a una casa frente al mar en Ibiza, en donde escribió y publicó Diario de Ibiza en Invierno, en 1980 llegó a Bogotá y conoció una pianista y cantante colombiana que convirtió en su esposa y la madre de su hijo, el diseñador Esteban Cortázar. En 1981 retornó a Europa en compañía de su mujer, para que darse un año en París, pero Colombia sería el lugar donde Valentino viviría la mayor parte de los años 80. Una vez regresó a su país de origen, instaló su taller en Cachipay. Entre Bogotá, Cachipay y las montañas de Colombia, Valentino se redescubrió. Su reencuentro con la naturaleza colombiana significó para Cortázar su propio renacimiento como pintor. Mientras plantaba árboles alrededor de su taller, también comenzó a pintar niños, bailarinas y a su misma esposa tocando el piano. De esta manera, sus influencias artísticas empezaron a ser reemplazadas por un estilo muy propio, lo cual resultó en una colección de obras que exhibió con éxito en Bogotá.
En 1984 nació Esteban, quien aunque pocos años ha vivido al lado de su padre, gozó desde niño de sus mismas alas. "Mi papá me dio un empuje muy grande a vivir, y a enfocarme. Él me dejó volar y a conocerme a mí mismo desde temprana edad, para poder enfocarme y entender lo que yo quería hacer, que es el diseño de modas" cuenta hoy Esteban . "Él me lo entendió y me lo apoyó desde muy chiquito y me dio las herramientas que yo necesitaba para expresarme como artista", agrega.
En 1986, Valentino exhibió en Nueva York, con el apoyo de Gerald Masucci, el abogado con quien Johnny Pacheco lanzó el sello disquero, La Fania. Personalidades como Jack Nicholson y Kathleen Turner asistieron y compraron su obra. Poco después, Cortázar abrió su taller en el alto Manhattan de Nueva York. Allí vivió durante 3 años hasta que se trasladó a Miami, ciudad que le devolvía la brisa, que lo puso dos años después en Cartagena. Hoy, tiene su estudio en la Plaza Simón Bolívar, desde donde puede observar las cúpulas de la Ciudad Vieja entre el mar caribeño y los atardeceres de Cartagena. Viaja constantemente a Nueva York para mostrar sus nuevas pinturas a fieles seguidores de su obra, que a su vez se encargan de aumentar esta lista de admiradores.
Como a sus hijos, Valentino les da a sus obras las mismas alas que él ha querido para sí mismo. Cada una va encontrando su dueño. Sus galerías son la mesa y las casas de sus amigos, "las pinturas viajan conmigo y van adquiriendo colores, matices y capas. Van desde Nueva York a Miami, ahora van por Cartagena, y todo va de acuerdo con el ambiente que viven. Así siguen mi vida", dice. Sus obras han hecho de los restaurantes Le Bernardin y Baraonda en Nueva York, y el Café Milano en Miami, verdaderos museos. Y su espíritu, el mismo de su hijo Esteban Cortázar, una obra maestra "Creo que nos parecemos, porque los dos somos supremamente envueltos en la belleza de la vida Yo aprecio como el todo, yo aprecio belleza en todo, yo veo belleza en todo, yo miro todo lo que tienen la naturaleza, la vida, las diferentes culturas, razas, todos los diferentes estilos de vida en el mundo y encuentro algo de inspiración o algo de bello en eso, no importa qué sea Y él hace lo mismo", afirma Esteban. "Y yo creo que aprendí eso de él. A los dos nos encanta usar el color, saber sobre el mundo, conocer diferentes personas, y nos encanta celebrar la belleza de la mujeres, yo con mis diseños de ropa y él con sus pinturas".
"Dalí me cambió la vida"
Valentino Cortázar vivía en Londres. Acababa de estudiar Arte. Pero más allá del aprendizaje del manejo del color y de la historia de las escuelas de pintura del mundo, el joven bogotano había descubierto el estilo explosivo y rebelde que empezaba a tomarse a Europa. El hippismo estaba de moda y los primeros punk seagolpaban en las esquinas victorianas de la ciudad. Pero el artista quería algo más, y pensó que lo encontraría en España, a donde partió en una mañana de septiembre de 1973.
Allí, en Barcelona, conoció a Mercedes Riviera, una hermosa catalana que amaba el arte, y a quien le mostró sus primeros diez dibujos en una tarde de tapas y copas.
Un cuadro colorido imperaba en la sala campestre y tenía algo de otra obra surrealista que Cortázar había visto en sus días de estudiante. Era de Dalí, de Salvador Dalí, uno de los pocos artistas que vivía de plácemes con el vino rosa y las tertulias mundanas en la España franquista.
Después de aquella tarde, y como un verdadero acto de generosidad, Mercedes prometió llevarlo a la casa del padre del surrealismo español, en donde vivía con su mítica Gala.
Desde Barcelona partieron en carro hacia Cadaquez, en la costa brava del Mar Mediterráneo. Tomaron la decisión de viajar sin anunciarse con la pareja de bohemios disparatados. A la aventura, como pregonan los cantes gitanos.
Cuando llegaron al lugar, un jardinero los hizo seguir al fondo de la mansión, donde había una terraza veraniega y una piscina con forma de labios de mujer.
Cortázar le tomó la delantera a Mercedes, mientras por un hall largo y oscuro contaba los pasos eternos para el esperado encuentro. "Uno, dos, tres, cuatro, cinco...", hasta que por fin divisó al grupo reunido en una especie de círculo compacto que congregaba a Dalí, Gala y varios artistas recién llegados de la convulsionada Nueva York.
"Dalí estaba feliz de ver a Mercedes, pero yo estaba más emocionado por verlos a ellos", afirma Valentino, quien admite que a partir de ese día su vida como pintor empezó a ser otra.
"Llegamos. Gala, entre cojines de seda y satín, parecía una diosa en su altar. Consentida por dos jóvenes ingleses de una belleza total", escribió Cortázar en una especie de diario que todavía guarda en Bogotá.
Todo en aquella casa era arte y genialidad. "Me encantaba su fantasía, su refinamiento, su magia". Hasta que por fin llegó la prueba más temerosa por la que ha pasado la obra de Valentino Cortázar. El resultado fue inesperado. El jovencito colombiano apostó a que el excéntrico hombre de bigotes curvilíneos iba a descuartizar sus primeros trazos. Pero no. Remató la observación de minutos con una frase que aprobó las pinturas y que permitieron que el alma de Valentino regresara a su asustado cuerpo.
Dalí le dijo: "Eres muy valiente, sigue pintando", como efectivamente ocurrió en los días más prolíficos del pintor colombiano en Ibiza, en las costas españolas, y quizás el punto de partida de una búsqueda del colorido y de las mujeres de cuellos largos creadas por Modigliani, y que inspiraron sus primeras colecciones.
En esa etapa de experimentación, Valentino Cortázar aterrizó en Venecia, Milán, París y Grecia. Pero en todas estos lugares siempre faltó algo, y los procesos de vida se agotaban de una estación a otra. ¿Acaso carecían de color, o quizá de temas de inspiración?
Luego de Europa vino Nueva York y Miami, cuando estas dos ciudades entraron en una especie de tránsito hacia la espiritualidad, tras elboom de sexo, drogas y rock and roll de los años 70.
"En mi vida no había eso. Yo estaba tranquilo y prefería ser vegetariano". En aquel periplo artístico estuvo secundado por Dominique, su amor francés, y con quien tuvo a Esteban Cortázar, el colombiano que más lejos ha llegado en el mundo de la moda como director creativo de la Casa Ungaro, en Francia.
Pero vino la separación, y Cortázar, el padre, se mudó a Cartagena. Desde entonces han pasado siete años y con ellos la reafirmación del color en su obra, la alegría de vivir en medio de las cosas simples de la vida y, por supuesto, la recurrente imagen de Dalí, el hombre que le dio la primera gran motivación para seguir pintando.
DIARIO EL UNIVERSAL
Vivir para Pintarla
Se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, la exposición del artista bogotano Valentino Cortázar.
Con ese nombre y apellido, Valentino Cortázar está condenado a ser artista, de la manera más intensa y feliz como ha asumido su propia vida. He estado en su taller viendo cómo es capaz de convertir sus criaturas en materia prima de una lúdica poética. Desde que se entra a su taller se intuye que estamos en el reino de un artista. Todo puede ser una excusa maravillosa para el arte: la vegetación dispuesta sobre los labios del viento, la madera salvada de los naufragios convertida en espléndida pintura, la caligrafía certera y devota con la que firma sus obras y con las que registra instantes que son destellos de eternidad, las telas belgas en las que pinta, lienzos en blanco que son una maravilla con solo verlos y tocarlos, pinturas iniciadas y trabajadas a lo largo del tiempo, trazos sigilosos y profundos de un dibujante y pintor extraordinario.
Hay en toda su obra un alto y singular sentido del humor y una manera muy especial de trabajar el color en grandes capas: él cree que después de siete capas uno puede encontrarse con Dios y tutearse con paleta en mano. Sus colores tienen la energía y la lógica coherente de quien reiventa el universo a mano alzada y espíritu en alto. Apasionado en cada lienzo, su obra nos hace felices con solo verla, se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, en el segundo piso, y es una verdadera fiesta de osadía y celebración del color. Al verla le he comentado que logra en el pequeño formato grandes y obras antológicas. Me cuenta que algunas de sus obras han participado de una colectiva de coleccionista en París: Pequeñas obras de grandes artistas. Nos reímos al pensar que de veras un hombre que lleva un perro es al revés: un perro que lleva a un pobre hombre con una cadena de perro en la mano. Su homenaje a Cartagena de Indias es elocuente, emocional, honesto: están allí las mujeres negras de Cartagena de Indias, mulatas y zambas, mestizas, con su arcoiris en los pliegues de la piel, y está el diálogo aún inacabado de América con Europa trenzando un destino después de cinco siglos de historia.
Valentino Cortázar parece haber salido de una novela de Conrad: viajero sin tregua y criatura sensitiva del universo, se embarcó a sus 18 años, en 1967 a recorrer el mundo y su barco con destino a Israel zarpó hacia otras lejanías: las islas griegas, Nueva York, París, Amsterdam, Londres y Cartagena de Indias, en donde ha fijado su residencia en pleno corazón amurallado de la ciudad.
Valentino Cortázar, un cronopio como lo era el escritor, ha tenido privilegios que han sido destinados para él, como el de haber trabajado junto a Salvador Dalí en su Museo de Figueras. De toda esa experiencia recuerda que el maestro de los bigotes surrealistas le animó y celebró a seguir pintando cuando vio el ímpetu de sus colores. Las dos jóvenes que trabajaban en la casa de Dalí eran dos muchachas de Boyacá, que parecían haber aterrizado en la casa del artista aún con los dialectos de la aldea colombiana y las enormes trenzas negras de campesinas absortas en el vértigo de la capital. Pero es apenas una de sus anécdotas de sus vivencias prodigiosas, como la de la coleccionista alemana Marianne Franken que luego de ver su obra decidió comprarla toda.
Ese es el artista que hoy expone en el Museo de Arte Moderno de Cartagena: pinta como vive: con la frescura natural de quien elige un color para celebrar el gozo supremo de la vida.
GUSTAVO TATIS
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